Cuando lees en voz alta, en el borde de la cama de tus hijos, estás haciendo algo más importante que leerles un cuento. 

Estás iniciando una liturgia, una ceremonia para ayudarles a atravesar
la larga noche. Ese espacio sagrado, ese entrar en el bosque de lo
fabuloso de la mano de alguien que nos ama.
La voz, los giros, la mirada, las imágenes, sostendrán una pequeña luz, una luminaria que encenderán en el momento más oscuro. 

No están cerrando los ojos, están dejándose llevar a un lugar donde la
palabra es creadora, es la diosa que calma y alienta el pensamiento. 

Cuando lees en voz alta en el borde de la cama de tus hijos, en
realidad, estás en la orilla del mar, en un embarcadero, y empujas
suavamente, con esa historia, su barco. Para que avancen solos y puedan
llegar, algún día, a la otra orilla. Y, por más que las tempestades los
hagan zozobrar, siempre tendrán ese faro: tu voz y el recuerdo, que les
ayudará a atravesar los océanos de la vida.

(De la nana al cuento, reflexiones tras el taller de ayer, con 18 familias y sus bebés en la Biblioteca de Puerto de Sagunto)

 

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